jueves, 24 de noviembre de 2011

San Francisco.


Salí del coche y miré al cielo. Un cielo nocturno, lleno de miles de estrellas, y allí, cerca del horizonte, un satélite teñido de un color crema espectacular, acunado por unas nubes que se envuelven de un aura de luz reflejada por el Sol. El frío de la madrugada se intenta hacer sitio entre mi ropa, provocando escalofríos. 
Una sensación agradable, por extraño que parezca. Lo que tú provocabas en mí era algo muy parecido. Unas sensaciones extremadamente raras, inexplicables, pero tan increíblemente placenteras. Y me quedo con todo eso, con esas sensaciones, con esa parte de ti, con aquel nosotros.

La Luna.

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