Me ronroneas todas esas cosas que tanto me gustan mientras estamos envueltos por la penumbra, en unas sábanas de algodón, en un foco de calor corpórea. Y qué decir salvo que haces que me erice en todo mi ser y que mis manos, mi lengua, no hagan otra cosa más que buscarte salvajemente entre ilusiones, miradas y sonrisas.
Y aquí estamos, una vez más, dos pares de miradas felinas enfrentadas, retándose entre ellas, retando a la pasión, a la lujuria, al placer. Y lo que nos quedará serán restos de nuestro espíritu escapista del Sol que se reúnen en un callejón sin salida, en una espiral, en un punto sin retorno.
Tú y yo bajo el reflejo de la Luna perfectamente redonda sobre un mantel de colores estrellado, nos quedamos así, observándonos, maullándonos, abrazándonos.
La noche lo era todo.

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